martes, 7 de abril de 2015

EL IMPERIALISMO DEL SIGLO XIX









Dos  grandes  zonas  del  mundo,  África  y  el  Pacífico,  fueron  totalmente  divididas  por  razones  prácticas.  No quedó  ningún  Estado  independiente  en  el  Pacífico,  que  fue  totalmente  dividido  entre  británicos,  franceses, alemanes, neerlandeses, norteamericanos y japoneses. En 1914 África pertenecía a los imperios británico, francés, alemán, belga, portugués y español, con la excepción de Etiopía, la República de Liberia en el África occidental y una parte de Marruecos que todavía resistía la conquista total.
El  propósito  de  este  artículo  es  analizar  las  principales  razones  que  motivaron  a  las  potencias  europeas: Inglaterra, Francia, Alemania, Holanda, Portugal y Bélgica, a desarrollar una carrera imperialista en  Asia y África, principalmente. Además, de reflexionar en torno a las consecuencias que trajo para el tercer  mundo este proceso imperialista y las circunstancias sociales y económicas sobre las cuales se llevó a cabo  el  Neo-colonialismo.
                                                         
                                                                Introducción.
El  concepto  de  Imperialismo  es  de  por  si  polémico  y  expuesto  a  interpretaciones
contradictorias.  No  es  fácil  definirlo,  aunque  para  la  mayoría  signifique  una  práctica  de
dominación empleada por las naciones o pueblos poderosos para ampliar y mantener su
control  o  influencia  sobre  naciones  o  pueblos  más  débiles,  no  todos  los  historiadores
están de acuerdo en torno a sus motivaciones y objetivos. Menos consensos existen aun
cuando se trata de identificar a los países o naciones “imperialistas”. En lo que sí creemos
estar seguros es que sus principales y primigenias acciones son motivadas por razones
económicas. Y será esta interpretación el hilo conductor de nuestro estudio.
El imperialismo del fines del siglo XIX y comienzos del XX fue un proceso motivado
por  diferentes  razones,  principalmente  económicas  y  estratégicas,  que  arrojó  como
consecuencia  directa  la  explotación  de  millones  de  habitantes  del  tercer  mundo,  y
posteriormente,  derivó  en  un  conflicto  bélico  (resultado  directo  del  imperialismo  y  de  la
carrera armamentista europea de la época) de grandes proporciones entre las potencias
imperialistas de turno. El propósito de este análisis es mencionar y reflexionar en base al
camino que tomó este afán imperialista del siglo XIX y a los resultados que arrojó para el
curso de la historia del siglo XX.
Un mundo en el que el ritmo de la economía estaba determinado por los países
capitalistas desarrollados o en proceso de desarrollo existentes en su seno tenía grandes
probabilidades de convertirse en un mundo en el que los países “avanzados” dominaran a
los  “atrasados”:  en  definitiva,  convertirse  en  un  mundo  imperialista.  Pero,
paradójicamente, el periodo transcurrido entre 1875 y 1914 se le puede calificar como era
del imperio no solo porque en el se desarrolló un nuevo tipo de imperialismo, sino también
por  otro  motivo  ciertamente  anacrónico.  Probablemente  fue  el  periodo  de  la  historia
moderna en que hubo mayor número de gobernantes que se autotitulaban “emperadores”
o  que  eran  considerados  por  los  diplomáticos  occidentales  como  merecedores  de  ese
titulo.
En Europa se reclamaban este titulo los gobernantes de Alemania, Austria, Rusia y
Turquía y (en su calidad de señores de la India) el Reino Unido. Dos de ellos (Alemania y
el Reino Unido/India) eran innovaciones del decenio de 1870. Compensaban con creces
la  desaparición  del  segundo  imperio  en  Francia  de  Napoleón  III.  Fuera  de  Europa,  se
adjudicaba normalmente ese titulo a los gobernantes de China, Japón, Persia Etiopía y
Marruecos. En 1918 habían desaparecido cinco de ellos.
El periodo que estudiamos es una era en que aparece un nuevo tipo de imperio, el
imperio colonial. Hasta finales de la década de 1860, la palabra “imperialismo” se había
aplicado sobre todo a la Francia de Napoleón III. No fue hasta 1869 cuando se comenzó a
hablar de “el imperialismo en el buen sentido”, por lo que se entendía “la conciencia de
que  a  veces  tenemos  (las  potencias  europeas)  el  deber  ineludible  de  realizar  tareas
pesadas u ofensivas como defender el Canadá o gobernar Irlanda”, frases como esta eran
cotidianas en los respectivos gobiernos de turno europeos. Sea como sea, este periodo
se caracterizó por un afán de conquista de nuevos territorios por parte de las principales
potencias  europeas,  lo  que  traería  fatales  consecuencias  para  millones  de  habitantes
africanos y asiáticos, lo cuales serían explotados de forma indiscriminada para satisfacer
las ansias de poder y riquezas de los diferentes gobiernos europeos.
Este  artículo  está  basado  en  el  método  hermenéutico-  interpretativo,  el  cual,  a
través  de  un  estudio  bibliográfico,  pretende  entregar  una  visión  integral  del  proceso
imperialista llevado a cabo por las potencias europeas de la segunda mitad del siglo XIX.
Entre  los  autores  más  destacados,  a  nuestro  parecer,  es  Eric  Hobsbawm,  historiador
británico  de  prestigio  a  nivel  mundial,  de  corte  marxista,  influenciado  a  su  vez  por  la
Escuela  de  los  Annales,  miembro  insigne  de  la  Historia  Social  Británica  de  la  segunda
mitad  del  siglo  XX.  Acostumbra  utilizar  fuentes  primarias  y  efectuar  una  vasta  revisión
bibliográfica  con  respecto  al  tema  de  estudio,  además  aporta  con  una  visión  crítica  al
momento de interpretar el proceso imperialista mencionado. Otro historiador visitado fue
Asa  Briggs,  quien,  junto  a  Patricia  Clavin,  efectuaron  un  trabajo  concienzudo,  también
basado  en  fuentes  primarias,  junto  con  un  análisis  en  base  a  bibliografía,  de  corte
interpretativo aunque desde un punto de vista más conservador que Hobsbawm.
En búsqueda de un objetivo común.
La  lucha  febril  de  las  potencias  colonialistas  por  los  territorios  de  ultramar  dio  a  las
relaciones de los Estados una dureza hasta entonces desconocida. Sin embargo, no eran
únicamente  las  grandes  potencias  las  que  chocaban  una  y  otra  vez  por  cuestiones
internacionales;  también  las  potencias  de  segundo  rango  fueron  dominadas  por  las
tendencias  imperialistas  de  la  época.  De  tal  forma  que  aquellas  provocaron  el
desmoronamiento del sistema de las potencias europeas en la Primera Guerra Mundial.
Para “algunos Estados europeos, como Inglaterra y Francia, ya hacía tiempo que llevaban
a cabo una política de expansión colonial. Hacia 1885 este proceso de expansión de la
civilización europea por todo el globo sufre una violenta aceleración; en pocos años se
convirtió en una auténtica carrera de las potencias europeas tras los territorios de ultramar
aún “libres”, a la que, a partir de 1894, se sumaron también Japón y los Estados Unidos”.

Esta  carrera  tenía  un  objetivo  común:  los  territorios  de  Asia  y  África,  con  sus  recursos
naturales  como  objetivo  principal,  incluyendo  los  recursos  humanos,  quienes,  además,
serían tratados como un potencial mercado.
En América latina, la dominación económica y las presiones políticas necesarias
se realizaban sin una conquista formal. Ciertamente, el continente americano fue la única
gran región del planeta en la que no hubo una seria rivalidad entre las grandes potencias.
Ni para el Reino Unido ni para ningún otro país existían razones de peso para rivalizar con
los Estados Unidos desafiando la doctrina Monroe. Hobsbawm, señala que “ese reparto
del mundo entre un número reducido de Estados era la expresión más espectacular de la
progresiva división del globo en fuertes y débiles, avanzados y atrasados. Era también un
fenómeno totalmente nuevo. Entre 1876 y 1915, aproximadamente una cuarta parte de la
superficie  del  planeta  fue  distribuida  o  redistribuida  en  forma  de  colonias  entre  media
docena de Estados”
Hasta  entonces  las  potencias  europeas  habían  dejado  toda  la  iniciativa  a  los
grandes  colonizadores  y  a  las  empresas  coloniales  y  en  general  no  dejaban  seguir  la
bandera  nacional  al  comercio.  En  todo  caso  se  había  tratado  de  reducir  al  mínimo  la
propia intervención política y militar. Ahora la situación se había convertido en lo contrario.
Impulsadas por un nacionalismo  que había desembocado en imperialismo, las potencias
europeas  empezaron  a  perseguir  sistemáticamente  la  adquisición  de  nuevos  territorios
coloniales y a respaldar con capital propio la conquista y penetración económica de los
países  subdesarrollados,  pero  ya   en  la  fase  inicial  y  no,  como  hasta  entonces,  solo
cuando las cosas habían alcanzado un cierto grado de madurez. De la noche a la mañana
se convertía el colonialismo en imperialismo.
Si bien, los emperadores y los imperios eran instituciones antiguas, el imperialismo
era un fenómeno totalmente nuevo. Era una voz nueva ideada para describir un fenómeno
nuevo. El análisis del imperialismo, fuertemente crítico, realizado por Lenin se convertiría
en  un   elemento  central  del  marxismo  revolucionario  de  los  movimientos  comunistas  a
partir de 1917 y también en los movimientos revolucionarios del tercer mundo. En efecto,
para  Lenin  el  imperialismo  era  la  etapa  final  y  culmine  del  capitalismo.  Para  éste,  la
expansión de modo de producción capitalista lleva inexorablemente a su estadio supremo
y último (su fase superior), el imperialismo, en cuyo interior se produce la exacerbación de
las  contradicciones  del  sistema  que  darán  como  fruto  el  triunfo  de  las  clases  menos
favorecidas. La concentración monopolista de los capitales financieros, los cuales han de
ser  colocados  en  los  territorios  dominados  por  las  principales  potencias,  supone  el
incremento  de  las  luchas  internacionales  por  la  obtención  de  los  distintos  mercados,
dando  así  como  resultado  la  definitiva  aparición  de  las  condiciones  necesarias  para  la
transformación de la sociedad según el modelo revolucionario socialista.
MAPA DE L0S GRANDES IMPERIOS COLONIALES










INTERDEPENDENCIA ECONÓMICA, NACIONALISMO Y RIVALIDAD.
El acontecimiento más importante del siglo XIX es, en opinión de Hobsbawm, “la creación
de una economía global, que penetró de forma progresiva en los rincones más remotos
del  mundo,  con  un  tejido  cada  vez  más  denso  de  transacciones  económicas,
comunicaciones y movimiento de productos, dinero y seres humanos que vinculaba a los
países desarrollados entre sí y con el mundo subdesarrollado. De no haber sido por estos
condicionamientos, no habría existido una razón especial para que los estados europeos
hubieran  demostrado  en  menor  interés,  por  ejemplo,  por  la  cuenca  del  Congo  o  se
hubieran enzarzados en disputas diplomáticas por un atolón del Pacífico.”
Una red de transportes (ferrocarriles, ahora también en el tercer mundo, barcos a
vapor y nuevas vías de comunicación, además de mejores caminos y carreteras) mucho
más tupida posibilitó que incluso las zonas mas atrasadas y hasta entonces marginales se
incorporaran a la economía mundial, y los núcleos tradicionales de riqueza y desarrollo
experimentaron  un  nuevo  interés  por  esas  zonas  remotas.  El  principal  país  imperialista
fue Inglaterra. El impulso principal del imperialismo inglés estaba dirigido a la región del
Alto Nilo; de esta manera se esperaba estabilizar la dominación en Egipto. Para Briggs y
Clavin,  “mientras  tanto,  los  antiguos  imperios  de  España  y  Holanda  seguían  existiendo
sobre  el mapa  –y este último aumentó en riqueza, pero no en tamaño-  , mientras que el
imperio  portugués  creció  en  ambos  sentidos.  Italia  participó  en  la  carrera  imperial  con
escaso éxito (en 1896 fracasó en su tentativa de apoderarse de Abisinia), y Bélgica, que
teóricamente carecía de imperio, se ocupaba de gestionar el Estado del Congo, propiedad
del Rey Leopoldo, quien lo legó al país en su testamento de 1889. Incluso los Estados
Unidos, con un abultado historial de anticolonialismo, adquirieron colonias en la década
de  1890”

.  La  rivalidad  entre  las  potencias  imperialistas  era  inevitable  y  también  lo  era
entre los países imperialistas de menor envergadura, el nacionalismo exigía cada vez más
territorios y conquistas, todo esto llevaría a Europa a la Primera Guerra Mundial.
El  imperialismo  compartía  ciertos  ingredientes  del  folclore  nacionalista,  ya  que
siempre tuvo sus héroes y sus mitos. Y, al igual que el nacionalismo, podía sostener que
el mundo no se repartía entre imperialismos rivales, sino complementarios, cada uno de
los cuales tenía su propia misión. De hecho, a veces los distintos imperialismos formaban
causa común en nombre de la “civilización” y el “progreso”. Siguiendo el punto de vista de
Briggs y Clavin, “los abanderados del colonialismo británico solían trazar una distinción
muy  clara  entre  ellos,  con  sus   “familiares  y  amigos”,  y  los  “nativos”  o  “aborígenes”  a
quienes vencían o dominaban. En el primer caso-  ejemplificado por Canadá y Australia-,
los colonos, a los que se habían sumado oleadas  de inmigrantes recientes, obtuvieron la
independencia parcial en la segunda mitad del siglo XIX; el gobierno federal de Australia,
por ejemplo, se remonta a 1900. En el segundo caso, se hablaba de la carga del hombre
blanco, pero también había razones para el entusiasmo, además de un deseo de poner
las cosas en su sitio”.
Las relaciones germano-inglesas estaban ya bastante deterioradas, pero en 1896
alcanzaron  su  punto  crítico.  El  motivo  fue  la  cuestión  boer,  problema  cada  vez  más
importante para la política imperial inglesa desde el descubrimiento de oro y diamantes en
el  Rand.  Influenciado  por  la  idea  de  que  la  raza  anglosajona  y  la  teutona  estaban
llamadas a dirigir juntas el mundo, el primer ministro inglés Joseph Chamberlain presentó
en marzo de 1898  un proyecto de alianza a los alemanes sin haber sido encargado de
ello, sin embargo, expresamente por su premier. Según Mommsen, “el objetivo inmediato
de  esta  oferta  sorprendente  debía  ser  el  de  reforzar  la  posición  de  Inglaterra  en  las
negociaciones con Francia sobre las cuestiones de África Occidental”.
Un  conflicto  importante  dentro  de  las  relaciones  franco-inglesas  fue  el  de
Faschoda. En 1898 estalló la crisis. Una gran indignación se apoderó de toda la nación
francesa ante la exigencia británica de  abandonar inmediatamente el Sudán. Una guerra
entre ambas potencias parecía inevitable. Mommsen, afirma que “Francia, mal preparada
para la guerra terminó por ceder, por consejo de Delcassé, después de cinco semanas de
agitaciones. Aunque la grave humillación de Faschoda se había grabado profundamente
en  la  conciencia  de  la  nación  francesa,  en  los  años  sucesivos  Delcassé  orientó
sistemáticamente la política exterior de su país hacia una línea de completo acuerdo con
Inglaterra en las cuestiones coloniales”. Con el transcurrir de los años Inglaterra tomaría
conciencia de que su principal enemigo imperialista no era Francia sino Alemania.
Las minas fueron los grandes pioneros que abrieron el mundo al imperialismo, y
fueron extraordinariamente eficaces porque sus beneficios eran lo bastante importantes
como para justificar también la construcción de ramales de ferrocarril. Las plantaciones,
explotaciones  y  granjas  eran  el  segundo  pilar  de  las  economías  imperiales.  Los
comerciantes y financieros metropolitanos eran el tercero.
Un  argumento  general,  compartido  también  por  Hobsbawm,  de  peso  para  la
expansión  colonial  era  la  búsqueda  de mercados.  “El  imperialismo  era  la  consecuencia
natural  de  una  economía  internacional  basada  en  la  rivalidad  varias  economías
industriales  competidoras,  hecho  al  que  se  sumaban  las  presiones  económicas  del
decenio  de  1880”.  África  y  Oceanía  fueron  las  principales  zonas  donde  se  centró  la
competencia  por  conseguir  nuevos  territorios.  Es  imposible  separar  la  política  y  la
economía en una sociedad capitalista, como lo es separar la religión y la sociedad en una
comunidad islámica. “La pretensión de explicar el nuevo imperialismo desde una óptica
no económica es tan poco realista como el intento de explicar la aparición de los partidos
obreros sin tomar en cuenta para nada los factores económicos”.
El  imperialismo  estimuló  a  las  masas,  y  en  especial  a  los  elementos
potencialmente descontentos, a identificarse con el Estado y la nación imperial, dando así,
de forma inconsciente, justificación y legitimidad al sistema social y político representado
por ese Estado. El imperialismo ayudaba a crear un buen cemento ideológico. En algunos
países  el  imperialismo  alcanzó  una  gran  popularidad  entre  las  clases  medias,  cuya
identidad social descansaba en la pretensión de ser los vehículos elegidos del patriotismo.
Según Hobsbawm, “no se puede negar que la idea de superioridad y de dominio sobre
un mundo poblado por gentes de piel oscura en remotos lugares tenía arraigo popular y
que, por tanto, benefició a la política imperialista”.
Desde luego, el imperialismo de los últimos años del siglo XIX era un fenómeno
“nuevo”.  Era  el  producto  de  una  época  de  competitividad  entre  economías  nacionales
capitalistas  e  industriales  rivales  que  era  nueva  y  que  se  vio  intensificada  por  las
presiones  para  asegurar  y  salvaguardar  mercados  en  un  periodo  de  incertidumbre
económica.  Era  un  periodo  en  que  las  tarifas  proteccionistas  y  la  expansión  eran  las
exigencias que planteaban las clases dirigentes. Nuevamente, Hobsbawm nos dice que
“todos  los  intentos  de  separar  la  explicación  del  imperialismo  de  los  acontecimientos
específicos  del  capitalismo  en  las  postrimerías  del  siglo  XIX  han  de  ser  considerados
como  meros  ejercicios  ideológicos,  aunque  muchas  veces  cultos  y  en  ocasiones
agudos”.  Como  se  ve,  imperialismo  y  capitalismo  son  partes  inseparables  de  la
evolución  histórica  de  los  dos  últimos  siglos,  no  se  puede  entender  el  imperialismo  sin
tomar en cuenta los principios económicos básicos del capitalismo.

Imperialismo en el extremo oriente y el Pacífico
En el extremo oriente el imperialismo también estaba presente. Japón se encontraba en el
inicio  de  una  revolución  industrial  que  contaba  con  el  apoyo  del  estado  y  que  iba  a
transformar las bases de su poder en  el siglo XX. Entre 1894 y 1895, la guerra entre el
Japón insular y la China continental puso de manifiesto al mismo tiempo la fortaleza del
Japón  y  la  debilidad  de  China.  Antes  de  terminar  el  siglo,  la  rebelión  xenófoba  de  los
bóxers en China alarmó a los  países europeos y a los Estados Unidos más que todo lo
que hubiera ocurrido en Japón. En 1908, China ya tenía su proyecto de constitución y en
1912 se convertiría en república. La evolución de los acontecimientos en China obligó a
los ingleses a buscar de  nuevo la amistad con Alemania. En el verano de 1900 China fue
sacudida por la insurrección de los bóxers. Según Mommsen, “si bien el movimiento de
los bóxers fue aplastado relativamente pronto por un ejército internacional se produjeron
considerables complicaciones internacionales. Rusia aprovechó la ocasión para reforzar
su posición en Manchuria. En caso de que otras potencias tratasen de obtener ventajas
territoriales  en  China,  Inglaterra  y  Alemania  se  pondrían  antes  de  acuerdo  sobre  las
iniciativas comunes a tomar con el fin de garantizar sus intereses”.
Si examinamos el mundo en fase de “imperialización” en su conjunto – África, Asia
y el Pacífico-, y nos apoyamos en la opinión de Briggs y Clavin, vemos que “entre la gente
que  participó  en  el  complejo  proceso  de  expansión  había  exploradores  (  por  ejemplo
Leopoldo,  un  conquistador  moderno,  expuso  su  proyecto  africano  en  un  congreso
geográfico internacional celebrado en Bruselas en 1876); misioneros de todos los credos,
que  difundían  el  evangelio  o  evangelios  rivales  y  muchas  cosas  más,  entre  ellas  la
educación; emigrantes, que adquirían un nuevo hogar, lejos de su lugar de nacimiento, y
un nuevo estilo de vida; hombres de negocios de todos los calibres, en busca de nuevas
materias primas (tan distintas como el caucho, los minerales y los aceites vegetales) o de
nuevos  mercados  para  sus  productos  manufacturados;  contratistas,  constructores  de
ciudades,  puertos  y  ferrocarriles;  soldados,  porque  los  anales  del  imperialismo  están
manchados de sangre derramada en lo que se dio en llamar, a veces de forma engañosa,
“pequeñas  guerras”;  administradores  también  de  todo  tipo,  algunos  de  ellos  tan
importantes como para que los llamasen – y se vieran así mismos, al estilo napoleónico –
procónsules”.  Toda  esta  gama  de  personajes  llevaría  la  explotación,  la  sumisión  y  el
abuso  de  poder  en  nombre  de  la  civilización  cristiano-occidental  hacia  el  tercer  mundo
africano y asiático, cambiando radicalmente la vida de millones de habitantes subyugados
por el progreso.
CONCLUSIÓN
La idea central de este artículo es establecer que el imperialismo de fines del siglo XIX fue
motivado por variadas razones, predominando las económicas y las estratégicas. El afán
de cada potencia de demostrar su poderío, de aumentar sus posesiones en ultramar y las
ansias de poder de los gobiernos europeos trajeron consecuencias nefastas para millones
de habitantes del tercer mundo que, bajo el eslogan del progreso y la civilización, vieron
mermadas sus libertades básicas, su cultura y su estilo de vida, condenando a gran parte
de  África  y  Asia  a  un  subdesarrollo  económico  y  un  atraso  industrial  que  se  mantiene
hasta el día de hoy.
La razón de ser del imperialismo no se hallaba en el comercio sino en la inversión.
Las colonias proporcionaban nuevos mercados de capitales, y los capitales invertidos en
el  extranjero  podían  generar  mayores  beneficios  que  los  invertidos  en  el  propio  país,
además de contribuir a crear empleo y aumentar el nivel de vida en este. Además, eran
muy  variadas  y  a  veces  contradictorias  las  motivaciones  de  los  imperialistas  de  los
partidos  políticos  y  de  los  gobiernos  de  Europa.  Algunos  creían  que  los  territorios
coloniales  servían  para  colocar  el  excedente  de  población,  un  argumento  que  era  el
favorito  de  los  gobiernos  conservadores,  pero  que  plantearon  personas  que  no  tenían
ninguna  relación  con  el  comercio  ni  con  las  finanzas.  Otros  pensaban en  el  poder  y  el
prestigio, otro punto de vista típicamente conservador, propio de hombres como Disraeli  o
Bismarck, aunque ambos fueron lo bastante inteligentes como para sacar partido de ese
punto de vista más que compartirlo.
Alemania,  por  culpa  de  su  diplomacia  oscilante  e  incapaz  se  quedó  aislada.
Solamente  Austria-Hungría  le  dio  su  apoyo  incondicional.  Mientras  las  otras  potencias
trataban  de  consolidar  sus  imperios  coloniales,  renunciando  a  ampliarlos  ulteriormente,
para  Alemania  el  paso  a  gran  potencia  colonial  era  abandonado  al  futuro.  No  fue  una
política imperialista declarada y sistemática la que provocó el aislamiento de las potencias
centrales, sino una política de prestigio oscilante e inestable. La creciente desconfianza
de las otras grandes potencias hacia la política alemana se fue convirtiendo cada vez más
en una amenaza para la paz europea, ya que en todas partes se tendía ahora a oponerse
a los deseos de Alemania, incluso cuando estaban justificados.
El imperialismo trajo consigo la interdependencia económica, la cual no se debe
idealizar. La división del mundo en regiones “verdes” (agrícolas) y “negras” (industriales)
iba acompañada de una división de la población en el interior de cada país entre “ricos” y
“pobres”,  y  era  fácil  considerar  a  ambas  divisiones  obra  de  la  naturaleza,  en  lugar  de
producto  de  la  actuación  humana.  En  este  contexto  las  perspectivas  internacionales
fueron cambiando. Europa dominaba el comercio internacional, pero los Estados Unidos
hacían grandes progresos en producción, aprovechándose de sus enormes reservas en
materias  primas,  un  mercado  interno  enorme  y  una  tecnología  avanzada  que  permitía
ahorrar en mano de obra. En las nuevas industrias –como la automovilística, una industria
tan fundamental en el siglo XX como el ferrocarril en el XIX -  , los Estados Unidos pronto
tomaron una delantera que ya no perderían.
Hay  que  mencionar  brevemente  un  aspecto  final  del  imperialismo:  su  impacto
sobre las clases dirigentes y medias de los países metropolitanos. En cierto sentido, el
imperialismo dramatizó el triunfo de esas clases y de las sociedades creadas a su imagen
como ningún otro factor podría haberlo hecho. Un conjunto reducido de países, situados
casi todos ellos en el noroeste de Europa, dominaban el globo. Pero el triunfo imperial
planteó  problemas  e  incertidumbres.  Planteó  problemas  porque  se  hizo  cada  vez  más
insoluble  la  contradicción  entre  la  forma  en  que  las  clases  dirigentes  de  la  metrópoli
gobernaban sus imperios y la manera en que los hacían con sus pueblos.
Inevitablemente llegamos a conclusiones propias del materialismo histórico cuando
estudiamos el proceso imperialista del siglo XIX. Como lo afirmó Marx, en sus Tesis sobre
Feuerbach, “la teoría materialista de que los hombres son producto de las circunstancias y
de  la  educación,  y  de  que,  por  tanto,  los  hombres  modificados  son  producto  de
circunstancias  distintas  y  de  una  educación  modificada,  olvida  que  son  los  hombres,
precisamente,  los  que  hacen  que  cambien  las  circunstancias  y  que  el  propio  educador
necesita ser educado. Conduce, pues, forzosamente, a la división de la sociedad en dos
partes, una de las cuales está por encima de la sociedad”. Estas dos partes serían las
naciones  imperialistas  y  los  países  colonizados,  opresores  y  oprimidos.  Sin  embargo,
simplificar gratuitamente de esta forma un proceso tan complejo como el imperialismo no
es  lo  adecuado,  aun  cuando  creemos  que  Marx  acertó  en  su  análisis  de  las
contradicciones sociales y económicas de la era moderna, son muchas las causas y los
antecedentes  que  motivaron  el  imperialismo,  y  sus  consecuencias,  como  hemos  visto,
aun   persisten. No obstante, debemos recordar, nuevamente pensando en Marx, que son
los  hombres  los  que  deben  hacer  que  cambien  las  circunstancias.  Aunque  no  siempre
cambien  para bien.
A  la  postre,  el  sueño  de  la  “belle  epoque”  tenía  sus  pesadillas.  En  ellas  los
ensueños imperialistas se mezclaban con los temores de la democracia. Mientras tanto la

amenaza de la guerra era cada día más real.



ACTIVIDADES
Procura responder con la mayor cantidad de información posible
      Según el texto:

      1) Como se define imperialismo
      2) Según el autor , ¿ cual es el motivo principal para el surgimiento del imperialismo
      3) Como se describe el mundo entre el  periodo 1875 - 1914
      4) Cuales son las características del periodo imperialista
      5) Explique cual era el objetivo común de las grandes potencias para  emprender la carrera imperialista
      6) Refiérase a la visión de Lennin respecto al fenómeno del imperialismo 
      7) Por que E. Hobsbawn, plantea la creación de una economía global. Explique
      8) Investigue en que consistió la guerra de los Boers
      9) cuales habrían sido los tres pilares  económicos que habrían sostenido el imperialismo
      10) Infiera que relación existe entre capitalismo e imperialismo. fundamente sus ideas
      11) Según Hobsbawn  por que el imperialismo habría sido estimulante para las masas descontentas
      12) Explique que fue y cuales fueron las consecuencias de la insurrección de los Boxers. Emita un comentario al respecto
      13) cuales fueron las consecuencias del imperialismo para los países colonizados. realice una conclusión

  

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